miércoles, 27 de abril de 2011

Editorial: Chernóbil y Fukushima

Editorial: Chernóbil y Fukushima


Hay que evitar la arrogancia de confiar en exceso en las decisiones humanas.
Ayer, hace 25 años, el reactor número 4 de la planta nuclear de Chernóbil, en la entonces Unión Soviética, explotó y esparció una nube radioactiva por Europa central. El mayor accidente atómico de la historia mató inmediatamente a 31 trabajadores, desplazó a 300.000 personas, afectó a otros 8 millones y contaminó un área equivalente a toda la Costa Caribe colombiana más el departamento de Santander.

La conmemoración de esta tragedia en territorio de la actual Ucrania se realiza en medio de la contención de otro grave incidente de este tipo en Japón. A raíz del violento tsunami del pasado 11 de marzo, al que se añadieron errores humanos, tres reactores de la central nuclear de Fukushima explotaron y liberaron material radioactivo.

Hoy, mes y medio después del movimiento marino, la situación no está completamente controlada, mientras que Tepco, la empresa operadora, calcula que el enfriamiento de los reactores durará unos nueve meses. Un mes se demoraron las autoridades niponas en reconocer que el desastre fue de nivel 7, el más alto en la escala internacional de sucesos nucleares y solo alcanzado por la planta ucraniana.

A pesar de compartir grado de gravedad, los colapsos de Fukushima y Chernóbil -ocurridos con 25 años de diferencia- son de naturaleza muy distinta y, hasta ahora, con impactos diversos en radioactividad, área de contaminación y víctimas directas. Lo que ambos accidentes han generado es un debate mundial sobre la seguridad de la energía nuclear y la tecnología para responder a las emergencias.

Aproximadamente el 14 por ciento de la generación eléctrica del planeta proviene de 443 centrales atómicas en operación. La proporción de esta fuente en la canasta energética varía considerablemente dentro de los treinta países con reactores. Por ejemplo, el 75 por ciento de la electricidad de Francia es de origen nuclear, mientras que en Brasil sólo lo es el 3 por ciento. Si bien Europa es la región con la mayor concentración, China, India y Corea del Sur tienen el mayor número de reactores en construcción y en planeación.

De hecho, las preocupaciones de años recientes por el calentamiento global con combustibles fósiles resucitaron a los promotores de la energía atómica, que la consideran una opción más barata y limpia. El desastre de Fukushima ha detenido en seco ese 'fervor' y hoy varias naciones han anunciado congelamientos de sus programas de construcción de plantas.

En Alemania, esta discusión ya ha tenido consecuencias políticas. La coalición gobernante de la canciller Ángela Merkel perdió dos bastiones históricos en las elecciones locales de marzo pasado ante la plataforma antinuclear de los verdes.

El futuro de las centrales atómicas pasará por entender las lecciones que dejó Chernóbil y que fueron desoídas en Fukushima. La primera tiene que ver con la transparencia en el manejo de la emergencia. Los soviéticos se demoraron tres días en reconocer el desastre, y se han revelado 'puertas giratorias' entre altos puestos del gobierno nipón y la empresa operadora.

Una segunda lección es evitar la arrogancia de confiar en exceso en los sistemas de reacción y en las decisiones humanas. Errores de diseño y de planeación han sido detectados detrás del colapso de la central japonesa. Y, por último, un tercer mensaje que hasta se podría aplicar a la actual emergencia invernal en nuestro país: por costosas que sean, hay que desarrollar tecnologías para enfrentar el peor de los escenarios. Sean robots en un reactor colapsado o contención para una vía o un río.

editorial@eltiempo.com.co

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